
Censura y libertad: el rol de Twitter en la democracia moderna
Las redes sociales han tomado una relevancia que todavía no logramos dimensionar. Muchas veces ellas deciden qué se puede decir y qué no, y hasta se han animado a eliminar un mensaje del presidente de Estados Unidos. ¿Qué nos depara entonces al resto de los mortales?
En una entrevista de 2017, el ex juez de la Corte Suprema de Estados Unidos, Anthony Kennedy, se refirió a la época de las redes sociales como una “revolución de proporciones históricas”, y añadió: “no podemos apreciar todavía sus alcances y su vasto potencial para alterar la forma en que pensamos, nos expresamos y definimos quiénes queremos ser“.
No son palabras para tomar a la ligera. Hoy en día, toda discusión política o no, desde el inicio de una guerra hasta el nuevo peinado de un famoso, se debate en las redes, especialmente en Twitter. Para Kennedy, Internet se ha transformado en un foro público, parecido a un parque o una esquina de una calle cualquiera, cuando las personas se paraban sobre un banco para manifestar a los gritos sus pareceres.
El caso Packingham contra Carolina del Norte es particularmente interesante en este aspecto. En dicho caso se debatió el acceso a Internet por parte de los reclusos. Mientras la parte defensora argumentó que los presos tenían derecho al acceso a la información en base a la Primera Enmienda de la Constitución norteamericana, el argumento del Estado sostenía que los reclusos usaban Internet para tener acceso a cuestiones relacionadas con el crimen.
Kennedy, entonces juez de la Corte, observó en su fallo sobre el caso que la libertad de expresión es un campo de batalla, tanto a nivel nacional como mundial, y que es entonces necesario regular las redes como se regulan las plazas o espacios públicos. Es decir que las leyes sobre censura deberían actualizarse. El problema es, claro, que Twitter es una empresa privada que tiene un poder cada vez más grande sobre el discurso público.
Un algoritmo para gobernarlos a todos
También en 2017, Twitter decidió suspender la cuenta del canal Al Jazeera, a pesar de que estaba verificada y contaba con más de once millones de seguidores. El motivo, según Al Jazeera, fue una campaña organizada en su contra. Miles y miles de solicitudes llegaron a la red pidiendo que se anulara la cuenta del medio informativo árabe. Como consecuencia, de forma automática el algoritmo eliminó temporalmente la cuenta.
Fue un caso bien conocido en su momento, y dejó en claro que si Twitter recibe un alto número de quejas al mismo tiempo entonces la censura se ejecuta sin mediación. No hay advertencias, ni análisis al respecto. De cierto modo los algoritmos, que no son otra cosa que inteligencia artificial, gobiernan nuestra vida. Como bien dice la canción, el futuro llegó hace rato.
Ese mismo año, Twitter amplió sus normas con respecto a los llamados “discursos de odio” e incluyó a los ataques contra grupos religiosos. Ese mismo año también se debatió si las normas debieran incluir a quienes maltratan a personas por edad, discapacidad o enfermedad. El debate todavía no está saldado, a pesar de que con la llegada del COVID-19 se han multiplicado los comentarios de odio relacionados con esos temas.
Por presión pública o genuina preocupación, la red social ha modificado varias veces sus reglas de convivencia para enfrentar la proliferación de discursos de odio y de cuentas falsas que manipulan el discurso público. El problema es que no pueden mantenerse al ritmo con la aplicación de estas normas. Por el enorme volumen de tweets publicados por día, la empresa y su algoritmo no alcanzan a controlar todos los mensajes.
A raíz de esto, Twitter ha optado por pedirles a los usuarios que marquen si un mensaje es abusivo. Cualquiera que haya querido denunciar un mensaje o una cuenta sabe a lo que me refiero. El resultado es, en todo caso, decepcionante: Twitter prefiere “creerle” al dueño del mensaje o de la cuenta para evitar la censura antes mencionada. Pero en el camino ha abandonado una actitud proactiva en pos de una reactiva. Es decir, la empresa no busca los mensajes de odio, sino que simplemente reacciona frente a las reacciones de los usuarios.
De cualquier modo, las reglas de Twitter han hecho poco y nada para detener las cuentas basura y los mensajes insultantes. Lo cual lleva a pensar que el problema de esta red no son solamente sus reglas, sino principalmente la aplicación de ellas.
Lo señalado por el ex juez Kennedy sobre las redes como foros públicos donde los usuarios tienen absoluta libertad para expresarse choca con la ideal del anonimato. Si alguien se sube a un banco en una plaza y grita sus opiniones le podemos ver la cara, preguntarle su nombre, identificarlo con cierta precisión. Pero en Twitter nadie sabe quién es quién, y por lo tanto nadie es totalmente responsable de sus palabras.
Por supuesto que dicho anonimato es, de algún modo, positivo para la libertad de expresión. Y allí está justamente la dificultad para saldar este debate: ¿hasta qué punto las empresas y gobiernos son dueños de nuestras palabras? ¿Hasta qué punto cualquiera puede expresarse sin tener consecuencias?
Trump versus Twitter
El 11 de mayo de este año Twitter anunció que se dedicaría a buscar y alertar sobre información errónea, es decir “fake news”, sobre el coronavirus. Dos semanas después, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, publicó un mensaje en la red donde denunciaba una posible acción fraudulenta en las próximas elecciones presidenciales.
Como respuesta, Twitter dijo que el tweet de Trump violaba su política y que era necesario verificar los hechos. La respuesta del presidente no se hizo esperar: dos días después, emitió una orden ejecutiva para prevenir la censura en Internet. “Las plataformas online están practicando una censura selectiva que está perjudicando nuestro discurso nacional”, dijo entonces Trump. “Twitter ahora decide selectivamente colocar una etiqueta de advertencia en ciertos tweets de manera que refleje claramente un sesgo político”.
Los especialistas apuntaron que la orden de Trump tenía poca base jurídica, y que se aplicaba reprimiría el discurso público en vez de alentarlo. De todos modos, el presidente fue uno de los pocos mandatarios mundiales que se animó a criticar a Twitter. El resto de los políticos usan sin chistar la plataforma, y al hacerlo la validan como foro público.
Más allá de las simpatías o no por ciertos políticos, es hora de que el debate sobre censura y libertad de expresión en las redes sociales se haga de manera profunda para llegar a acuerdos, porque de otro modo un día nos despertaremos dominados por las mismas fuerzas que osamos desatar.
El texto anterior expresa mis ideas y opiniones inspiradas en
Twitter has gone from bastion of free speech to global censor, en https://www.businessinsider.com/
https://ncac.org/news/blog/does-twitter-have-selective-censorship-problem
Twitter And Censorship: What Does Freedom Of Speech Mean In The Social Media Age?, en https://www.cbc.ca
Twitter Is Not Censoring Trump. Trump Is Censoring Twitter, en https://slate.com/