
El racismo institucional en el mundo del teatro
El impacto que tuvo el reciente asesinato del afrodescendiente George Floyd en manos de la policía continúa repercutiendo en distintos ámbitos de la sociedad norteamericana. El arte teatral no es ajeno a la discriminación, la cual se genera a partir de una preferencia de obras cuyo contenido y protagonistas apuntan a una audiencia caucásica. Dentro del circuito teatral de los EEUU, las minorías denuncian la existencia de un racismo sistémico perpetrado por la supremacía blanca dominante. La falta de diversidad étnica que caracteriza a los grandes circuitos teatrales estadounidenses sólo logra evitar que éstos se enriquezcan culturalmente.
Cuando hace algunos años atrás la Directora Artística afroamericana del Penumbra Theater, Sarah Bellamy, escribió una obra teatral sobre un policía que asesinaba a un joven de raza negra en Minneapolis, jamás pensó que llegaría el día en que la ficción se fusionaría con la realidad. Mientras las protestas del Black Lives Matter continúan visibilizando la lamentable realidad del racismo en el mundo entero, dentro del circuito teatral norteamericano poco y nada ha cambiado.
De acuerdo a un relevamiento realizado por Theatre Bay Area, el 90% de las personas que concurren al teatro en el área comprendida por San Francisco, San José y Oakland (región norte de California, EEUU) son de raza blanca. De igual manera, las estadísticas arrojan un porcentaje similar en otra de las grandes mecas teatrales de Norteamérica: Broadway.
En este sentido, no resulta extraño que las obras que se presentan en estos importantes circuitos de teatro involucren a escritores, directores y actores caucásicos. Es evidente que, lo que se reconoce como racismo cultural, se encuentra motivado por la cuestión económica. Por ello es que todas las instituciones en general deberían cuestionarse si esta predominancia racial de las audiencias teatrales se debe justamente a la falta de oportunidades laborales que aquejan a las personas de color.
Cuando se trata de llegar hasta los más grandes y prestigiosos circuitos teatrales de Norteamérica, los afrodescendientes (y el resto de las minorías) carecen de las oportunidades necesarias para expresar su arte escénico. Pero la segregación racial no siempre se limita a la exclusión y a la falta de presupuesto: el director teatral afroamericano Kenny Leon admitió que llegó a recibir cartas en su domicilio que lo amenazaban de muerte.
Recientemente, un grupo de 300 artistas teatrales pertenecientes a las minorías raciales norteamericanas publicaron un documento en un sitio web llamado “We see you, White American Theater” (“Te vemos, Teatro Blanco Americano”) firmado por varios ganadores de premios Tony y Pulitzer. A lo largo de sus 29 páginas se presentan una gran serie de demandas dirigidas hacia la comunidad blanca que domina cada uno de los aspectos del mundo del teatro en los EEUU. Una de las expresiones que utiliza este colectivo de artistas para referirse a las instituciones que rigen el teatro norteamericano es la de una “casa de cartas construida sobre la fragilidad blanca y la supremacía”.
Existen dos posturas que predominan sobre los artistas de color norteamericanos con relación a un cambio sobre la situación del mundo teatral de este país. Una de ellas mantiene un deseo de integración de sus protagonistas al modelo actual, el cual sería visto como una oportunidad por generar una mayor diversidad artística. El otro es más radical y no busca ningún tipo de relación con el mundo teatral del hombre blanco, sino que simplemente demanda más reconocimiento, inversión y oportunidades para sus propias obras. Esta última postura la delineó perfectamente el guionista afroamericano August Wilson durante su memorable discurso de 1996 en la Universidad de Princeton, New Jersey.
El caso de The Negro Ensemble Company resulta ser paradigmático, ya que se trata de una compañía teatral que ha demostrado el gran nivel artístico que pueden alcanzar las obras teatrales producidas y protagonizadas por afrodescendientes. Desde sus duros inicios en el año 1967, más de 200 obras originales les han otorgado la oportunidad a actores de color a llegar hasta las pantallas de televisión y de cine. Varias de estas obras no sólo han sido merecedoras de grandes elogios por parte de la prensa, sino que fueron galardonadas por numerosos premios Tony, Obie y Drama Desk.
El sitio de campañas Change.org ya cuenta con 22 mil firmas que reclaman un cambio significativo en el mundo del teatro norteamericano con respecto a la discriminación racial. Aprovechando la obligada pausa que la actual pandemia ha ocasionado en las actividades teatrales, muchos de sus protagonistas pertenecientes a las minorías raciales de EEUU sienten que ha llegado el momento de hacerse escuchar.
Pero el racismo cultural que se da en el teatro estadounidense es tan sólo una consecuencia de la segregación que sufren las personas de color en el resto de su sociedad. Resulta lógico que los afroamericanos no puedan pagar una entrada que cuesta entre U$D150 y U$D500 dólares con un magro sueldo que es el resultado de una constante marginalización laboral. Como sucede con cualquier otro negocio, los productores teatrales se enfocan en ofrecerle a una audiencia predominantemente caucásica obras cuyos argumentos y protagonistas sean étnicamente acordes.
Lydia R. Raymond es una autora afroamericana de obras teatrales cuyas producciones han sido laureadas por la prensa especializada. Una de ellas, “Smart People”, fue presentada en un teatro del circuito Off-Broadway (aquellos recintos teatrales con menos de 500 asientos) y en ella los actores describían cómicamente las dificultades raciales que deben atravesar los afrodescendientes en Norteamérica. A pesar de que obras con temáticas semejantes pueden condicionar sus posibilidades de acceder a espacios teatrales más prominentes, su existencia resulta ser enormemente importante para que las minorías logren visibilizar la segregación que los afecta diariamente.
Si bien, de entre todos los tipos de racismo en el mundo de hoy, el del teatro no genera la trascendencia que logran otros (el laboral o el criminal, por ejemplo), por ello no deja de ser preocupante. Es que el teatro, como cualquier otra forma de expresión artística, es un poderoso medio de comunicación cuyo objetivo es invitar al espectador a emocionarse y reflexionar. Si las instituciones teatrales de los EEUU les abrieran más las puertas a producciones integradas por las minorías de su país, no caben dudas de que esto podría generar una masiva y necesaria concientización sobre las deterioradas relaciones raciales dentro de su sociedad.
El texto anterior expresa mis ideas y opiniones inspiradas en
Four Black Artists on How Racism Corrodes the Theater World. (https://www.nytimes.com/)
BIPOC Demands for White American Theatre. (https://www.weseeyouwat.com/)
What racism in theater looks like, and how to dismantle it. (https://www.bostonglobe.com/)