
El increíble viaje de Tan Le
Dentro de las sociedades occidentales, el alcanzar o no un objetivo muchas veces se encuentra limitado simplemente por nuestra fuerza de voluntad. La historia de la vietnamita Tan Le es un gran ejemplo de cómo, a través de la perseverancia y el esfuerzo, es posible sortear cualquier obstáculo y progresar en la vida. Gracias a su esfuerzo y tenacidad, la tortuosa travesía que realizó desde su Saigón natal junto con su familia tuvo un final feliz: hoy Tan Le es una reconocida pionera tecnológica de Silicon Valley.
La historia de Tan Le involucra a tres generaciones de mujeres. Su pequeña hermana, su madre y su abuela quienes, durante cinco días y cinco noches, debieron navegar por las peligrosas aguas del mar chino para escapar de la violencia social de su país. Esta odisea se llevó a cabo más de 30 años atrás, cuando en 1975 los comunistas ingresaron a su ciudad natal y la más grande de Vietnam, Saigón, para subyugarla violentamente. El abuelo de Tan -un poeta y escritor- se sintió tan devastado por la nueva realidad, que ésta lo sumió en un largo silencio, el cual golpeó duramente su inspiración literaria hasta el día de su muerte.
Si bien Tan nunca lo conoció físicamente, su abuela no dejó que su memoria se perdiera en el tiempo, algo que consiguió al relatarle a su nieta los detalles de la vida de su abuelo. A partir de entonces, Tan se dedicó a honrar su historia familiar al narrarle al mundo la dura existencia de aquellos que decidieron no quebrarse ante las adversidades. Éstas incluyen un clandestino escape al amanecer en un pequeño bote camuflado como pesquero, en donde cuatro mujeres decidieron dejar atrás los horrores de una ocupación militar que devastó las vidas de miles de personas en su Vietnam natal.
La madre de Tan, Mai, contaba con apenas 18 años cuando murió su padre y decidió que el futuro de su madre y dos hijas se hallaba lejos del suelo que las vio nacer. El destino elegido fue Australia, un país que, a pesar de hallarse al sur de Asia, tenía más que ver con la vida de Occidente que las costumbres y religiones de Oriente. Pero, a pesar de que se alejaban cada vez más de la violencia comunista, no eran pocos los peligros que aguardaban a estas frágiles mujeres en el océano. El mar al sur de China, además de estar plagado de disputas territoriales, es el escenario del gran contrabando ilegal asiático, es decir, se trata de un amenazador ambiente repleto de piratas y muerte.
Debido a la exposición de su familia de ser violadas o asesinadas durante el trayecto, la madre de Tan –al igual que la mayoría de los adultos que viajaban en ese bote- llevaba consigo una pequeña botella con veneno. Fue sólo gracias al coraje de los hombres a bordo que los piratas que intentaban abordar la embarcación decidían retirarse. Las memorias de aquél duro viaje por parte de la pequeña Tan eran tan salvajes, bellos y fluctuantes como su entorno: la muerte de un pasajero que no soportó el rigor de la travesía, las luces de una plataforma petrolera de Malasia o la primera manzana que comió en su vida, la cual fue la más rica que jamás volvió a probar.
Tras cuatro meses en un campo de refugiados, finalmente llegaron a la ciudad australiana de Melbourne. Mientras sus hijas se adaptaban a su nueva realidad, la madre de Tan comenzó a trabajar para mantener a su familia. Primero lo hizo en una granja y luego pudo ingresar a una fábrica automotriz, en donde trabajaba seis días a la semana haciendo turnos dobles. A pesar de la gran pobreza en la que vivían, Mai comenzó a estudiar inglés e informática, eligiendo prepararse para poder progresar en el futuro. Sin embargo, para poder vestir a sus hijas, ella decidió utilizar el dinero destinado a la educación de las pequeñas para comprarles ropa de segunda mano.
Las penurias económicas de la familia Le no eran los únicos contratiempos que debían soportar en su nuevo hogar. Además de cantos discriminatorios que les llegaban regularmente a sus oídos, confiriéndoles epítetos racistas como “ojos rasgados”, también estaban los grafitis que rezaban “asiáticos, regresen a su hogar”. Mientras madre e hijas dormían en la misma cama, intentaban hablar del día que habían tenido, intentando borrar las memorias de un viaje agotador y una ciudad que no las recibía con los brazos abiertos.
A pesar de las adversidades, Mai abrió un negocio de computación, mientras que al mismo tiempo se dedicaba a estudiar cosmetología. Si bien la madre de Tan se esforzaba por progresar, a la pequeña le costaba diferenciar su vida escolar, en donde era una alumna que se dedicaba a aprender lo más que podía, y la realidad que le esperaba en el barrio donde vivía, el cual estaba plagado de violencia, drogas y aislamiento. Como una muestra de su tenacidad y entrega, Tan recibió en su último año como alumna de Leyes la distinción de Estudiante Australiana del Año.
Tras casi 20 años de vida en una sociedad ajena a su propia cultura, Tan comenzó a brindar disertaciones sobre sus experiencias de vida en los altos círculos sociales de Melbourne. Su falta de experiencia con los protocolos occidentales generó confusión en una joven que provenía de un área rural del sur de Vietnam. Cuando le planteó estas cuestiones a su madre, ésta le contestó que ahora Tan tenía la misma edad que tuvo ella al abordar aquel bote y que la palabra “no” debía estar excluida de su vocabulario.
Una vez que la joven Tan comenzó a ganar más confianza en sus presentaciones, formó un grupo de personas con historias de vida similares a las de ella y se embarcó en un nuevo viaje. Éste ya no involucraba botes camuflados o piratas, sino una sociedad occidental que se encuentra demasiado confortable en sus posibilidades, tanto que muchas veces decidía no aprovecharlas. Bastó un sólo viaje a los EEUU para que Tan se diera cuenta que allí sus historias podrían generar un cambio positivo en esta sociedad.
Tan Le actualmente vive en San Francisco, California, una ciudad que poco y nada tiene que ver con aquel pequeño pueblo que la vio crecer. Y, a pesar de que se encuentra en un país en donde la grieta racial es extremadamente fuerte, esto le da más fuerzas para trabajar por brindarle un mensaje positivo al mundo occidental. A través de su constante curiosidad, se involucró en el estudio de las ondas cerebrales, lo cual la llevó en 2003 a ser la co-fundadora de Emotiv, una empresa que fabrica un dispositivo el cual evolucionó hasta permitirle al usuario mover objetos en la pantalla de una computadora, volar drones, mover prótesis corporales o crear arte a través del pensamiento.
En el año 2017, Tan participó de una cena en Argentina patrocinada por el World Economic Forum´s Young Global Leaders. En ella, se encontró con un joven de Brasil que se hallaba en silla de ruedas y que recientemente había logrado manejar un coche utilizando un dispositivo Emotiv. Al reconocer a Tan, el muchacho no pudo evitar comenzar a gritar su nombre, algo que emocionó a la mujer hasta las lágrimas. Sin dudas, la experiencia de vida de Tan Le –quien hoy cuenta con 42 años de edad, está casada y tiene una hija- resulta ser una gran muestra de cómo la tenacidad y el esfuerzo de aquellos que no contaron con privilegio alguno pueden llegar a cambiar al mundo.
El texto anterior expresa mis ideas y opiniones inspiradas en
My immigration story. (https://www.ted.com/)
Tan Le: from Vietnamese refugee to Silicon Valley powerhouse. (https://www.theaustralian.com.au/)