Amadeo Modigliani

La vida de Modigliani podría ser la arquetípica de la bohemia: pintar en estudios polvorientos, tanta hambre que ambiciones, el dinero que no circula, peleas en tabernas tras largas noches de alcohol, enfermedades, días en cama, mujeres, muchas mujeres como aves de paso, poca de las que caldean el corazón y, por supuesto, el arte atravesándolo todo. Ah, y por supuesto, una muerte precoz.

Sí, una bohemia un tanto más cruel, cínica si se quiere. Es que Amedeo Clemente Modigliani (Livorno, 1884-París, 1920) fue un artista singularísimo en una época de artistas únicos, que cuando las vanguardias gobernaban la mirada eligió su propio camino estético, decisión que muchas penurias le trajo, en vez de sumarse a las tendencias y el deseo de los merchantes parisinos que decían que arte valía la pena y cuál no. Claro, el de Modigliani no valía nada. Y por eso, hoy, vale muchísimo.

Durante su vida, el artista italiano apenas consiguió vender obra o lo hacía a precios modestos. Decían los envidiosos que por eso pintaba rápido, podía realizar un retrato -que hizo muchos- en un intento, sin retoques, sin correcciones, aunque si hay algo que no abundan en las obras de Modigliani son las zonas de conflicto, esas que revelan un cambio brusco en la idea primigenia del artista, fantasmas en el lienzo.

A un siglo de su muerte, la obra de Modigliani ya no necesita reivindicaciones. Es uno de los artistas más importante del siglo XX y sus pinturas -como sus esculturas- se venden en valores que jamás hubiese imaginado aún en la más delirante de sus borracheras y ensoñaciones febriles. Por ejemplo, hace una década una de sus esculturas, Tête, alcanzó los 43 millones de euros en una subasta y hace cinco, su pintura Nu Couché los USD 170,4 millones y hace solo dos, Nu couché los 157           millones en dólares. En la historia del arte, solo Leonardo Da Vinci y Pablo Picasso puedan ufanarse de alcanzar precios superiores.

Modigliani fue el cuarto hijo de una familia burguesa de la comunidad judía, con un linaje que llegaba hasta el filósofo holandés del siglo XVII, Baruch Spinoza, uno de los tres grandes racionalistas de la filosofía junto al francés René Descartes y el alemán Gottfried Leibniz.

Para 1898, el adolescente Dedo, según el apodo filial, tomó clases con Guglielmo Micheli, un fiel discípulo de Giovanni Fattori (referente del movimiento de los Macchiaioli). Allí, Modi entabló una amistad con el pintor Oscar Ghiglia -padre del gran guitarrista clásico italiano homónimo- con quien mantuvo una prolífica correspondencia durante sus viajes a Capri y Venecia, en las que le revela su deseo de escapar de las restricciones de la escena cultural livornesa.

Ya desde la juventud su salud se presenta problemática. Sufre un ataque de fiebre tifoidea y dos años más tarde, tuberculosis. En 1902, se inscribe en la Escuela libre del Desnudo, Scuola libera di Nudo, en Florencia y un años después se marcha al Instituto de las Artes de Venecia, donde comienza a llevar el tipo de vida nocturna y descarriada que mantendría en París a partir de 1906.

Modigliani llega a la Ciudad de la Luz en un momento clave de la historia del arte moderno: el fauvismo tardío, el cubismo, el futurismo, el dadaísmo, el surrealismo y el ultraísmo convivían y la invitación a sumarse era constante. Es un momento dominado por los -ismos, y Modigliani se animó a experimentar un poco con el cubismo -quizá llevado por el éxito de varios de sus colegas o la admiración por Picasso- pero a la corta hizo su propio camino, lo que le confirió esa impronta tan personal, personalísima diríamos.

París, Picasso y la bohème

Aborda a Picasso en la calle, se toman unos tragos, y de artista a artista el español le recomienda mudarse a Montmartre, epicentro de la bohemia, y asistir a Bateau-Lavoir (barco-lavadero). En esta casa histórica, de la que hoy solo queda original la fachada tras un incendio en los ‘70, el malagueño realiza su transición de su período azul al rosa y pinta la icónica Señoritas de Aviñón.

Además de Picasso, a la casa la frecuentan Max Jacob, Kees Van Dongen, Guillaume Apollinaire, Diego Rivera, Chaïm Soutine y Vicente Huidobro, entre otros. Por supuesto, no podía salir más que enriquecido de aquella experiencia y su lenguaje pictórico atraviesa profundas modificaciones: comienza a realizar retratos, su tema principal, experimenta con el color y su pincelada sintética, directa, lo ayudan a construir volumen.

A su interés previo por la pintura etrusca y prerrafaelita, se le suman Toulouse-Lautrec, Paul Cézanne, Gustav Klimt y, como muchos “artistas parisinos adoptivos” de entonces, el ukiyo-e japonés, en especial las estampas de Kitagawa Utamaro. Por supuesto, la influencia del arte africano, gusto que compartía con Picasso, es evidente.

Modi pasa la mayoría de su vida en la capital francesa, pero regresa a Livorno en 1909 y 1913 (cuando arrojó sus esculturas al Foso Real), siempre con el deseo de recuperar su salud.

La relación con Picasso se enfría. Si bien nunca perteneció a su círculo más cercano, habían gozado de buenos momentos e incluso el español adquirió Joven con pelo marrón, de 1918, que actualmente se encuentra en el Museo Picasso de París.

La cuestión es que el italiano se cansó del ambiente de los vanguardistas y buscó un nuevo taller en Montparnasse, donde da un giro a su carrera o más bien un regreso a su amor por las esculturas.

Lejos de la ebullición de Montmartre, de los egos, las reuniones sin fin, Modi comienza a trabajar con mayor consistencia. Es un artista que no se siente reconocido, un incomprendido y lo detesta. Sigue refugiándose en vasos y bares, en prostitutas y peleas, aunque la llegada a Montparnasse lo ayuda a escucharse a sí mismo, a silenciar un poco todos los elogios que sus contemporáneos recibían y le eran esquivos.

Su mecenas, Paul Guillaume, un marchante joven y ambicioso, le presenta al escultor, pintor y fotógrafo rumano Constantin Brâncuşi, quien lo orienta en su regreso a lo escultórico, entre 1909 y 1914. De acuerdo al historiador de arte Gerhard Kolberg, “las esculturas de Modigliani conjugan pretensiones idealistas y plásticas, con una realización escultórica primitiva, incluso arcaica”. Los cuellos estirados, las caras afiladas, los ojos como contornos, los rasgos similares a los del arte africano, se expresan en mármol y piedra, sus elementos favoritos.

La última etapa creativa de Modigliani estuvo marcada por los desnudos. Realizó 22 desnudos acostados y 13 sentados entre 1916 y 1919, la mayoría de los cuales se exhiben en museos como el de Arte Moderno (MoMA) y el Metropolitano de Arte (MET), ambos de Nueva York.

La primera exposición individual de Modigliani, en 1917, se realizó en la galería de Berthe Weill. Tenía 33 años. Centenares de curiosos se acercaron a conocer la obra Desnudo reclinado, de ese italiano que tenía cierto nombre en los círculos del arte, pero que era un desconocido para el público.

En las diferentes biografías se explicita que Modigliani era atractivo, encantador, y que no rehusaba a usar esas características para vivir de las mujeres que atraía o para que le presten dinero. Era, en pocas palabras, un don juan.

Muchísimas de aquellas relaciones las traspasó a un lienzo, pero pocas, poquísimas, llegaron a su alma. Más bien, dos: Beatrice Hastings y Jeanne Hébuterne.

Para los biógrafos, el verdadero -el único- amor fue Jeanne Hébuterne, una joven estudiante de pintura de ojos angelicales. En marzo de 1917 se conocen a través de la escultora Chana Orloff, quien acudía al centro de estudios en busca de modelos para sus obras. Allí sí hubo una conexión inmediata y no pasó mucho tiempo para que ambos compartieran el departamento de la rue de la Grande-Chaumière, el espacio que el poeta polaco Léopold Zborowski, ahora agente de Modi, le había alquilado como taller.

Pero no todo fue sencillo. O más bien, nada lo fue. Su familia conservadora, austera y muy católica, en especial su padre, se oponía de manera determinante a la relación entre su niña y un artista judío, pobre y depravado.

Para 1918 se mudan a Niza, en la Riviera francesa, donde la obra de Modi tendría más potenciales compradores, millonarios de vacaciones en la Costa Azul. Pero el interés es escaso. Para noviembre nace la primera hija de la pareja, también llamada Jeanne. Deciden entregarla a una institución, para asegurarle el provenir y los cuidados que no podían darle. Modi, entonces, atravesaba otra tuberculosis (Años después, la niña fue recogida por sus abuelos maternos y luego por la hermana de Modigliani, quien la crió. Jeanne Modigliani, que luchó para la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial, escribió el libro Modigliani: hombre y mito y falleció en 1984).

Para agosto de 1919, Modigliani debía viajar a Londres, donde sus obras eran un éxito de crítica y ventas. Había encontrado su mercado, su público, pero su débil estado de salud se lo impide y la pareja regresa a París.

Con Jeanne esperando su segundo hijo, Modigliani desaparece una noche. Vuelve al otro día, golpeado, afiebrado. Debe guardar reposo, pero no hay mucho por hacer. Muere de meningitis tuberculosa el 24 de enero de 1920. Tenía 35 años. Esa misma madrugada, Jeanne, de nueve meses, salta por la ventana del quinto piso de su antigua habitación en la casa de sus padres. Muere al instante. Tenía 21.

El 27 de enero el pintor es enterrado en el cementerio de Père-Lachaise después de un cortejo fúnebre principesco, con una gran comunidad de artistas y amigos acompañando al cajón. Jeanne, en cambio, fue enterrada en secreto por sus padres en el cementerio de Bagneux.


El texto anterior expresa mis ideas y opiniones inspiradas en
https://www.ebiografia.com/amedeo_modigliani/
https://www.biografiasyvidas.com/biografia/m/modigliani.htm

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