El desafío de la sociedad actual: mantener la calma en un debate difícil

Resulta irónico que, para muchos de nosotros, imaginarnos cómo iba a ser el futuro tenía mucho que ver con coches voladores, tecnología experimental y cualquier otra cosa que mejorase nuestra vida diaria.

Sin ánimo de parecer catastrofistas o pesimistas, la realidad nos ha llevado a que parte de esa vida diaria esté llena de conversaciones subidas de tono, temas tabúes, ofensas debido a comentarios que hace tiempo no surgían tal efecto y un desequilibrio en las emociones a la hora de debatir de cualquier cosa. La polarización de la sociedad actual es evidente.

Conversaciones difíciles o tensas las vamos a tener siempre. El truco está en saber gestionar nuestras emociones y canalizar la información que queremos transmitir sin acabar tachando de enemigos a todos aquellos que no piensen como nosotros (aprende, Twitter).

Tensión en redes sociales

Pero, ¿qué es lo que ha pasado en los años recientes? Si recordamos la época en la que dimos nuestros primeros pasos por internet, era mucho más difícil encontrar tanta tensión en foros y chats. Es cierto que había un poco de todo y los virus estaban a la orden del día, pero no había tanta crispación por los temas más (o menos) banales.

Uno de los motivos de la tensión en redes sociales y los debates más acalorados es la anonimidad de los usuarios. Nos cuesta imaginar muchos de los comentarios que vemos en internet en boca de alguien que tendríamos cara a cara, pero esa protección que ofrece tener un nombre falso detrás de una pantalla provoca dos cosas: que no se genere la empatía debida para entender a la otra parte y que se eximan de toda responsabilidad por el efecto que provocan las palabras.

Por otro lado, el internet de hace dos décadas vivía en otra época, una época quizás menos individualista y algo menos competitiva. A partir de la segunda década del siglo, la crisis económica, social y cultural de muchos países desarrollados, y los cambios acontecidos en países en vías de desarrollo, hicieron que los equilibrios culturales y de poder del mundo variaran como nunca.

Ahora era posible saber qué opinaba una persona asiática de política y religión en tiempo real siendo europeo, o saber qué opinaba un norteamericano sobre cultura y relaciones de pareja siendo asiático. Nuevas identidades culturales y políticas que hasta ese momento no se habían conocido más que en libros, en relaciones diplomáticas oficiales, de vacaciones o en relaciones más limitadas a entornos cercanos, ahora estaban siendo introducidas en los hogares sin apenas pedir permiso. Se creaba así el caldo de cultivo para la defensa de los valores más arraigados de una sociedad, que veía a «lo nuevo» como una amenaza, algo desconocido que no entendían.

Emociones a flor de piel

Hablar del efecto de las redes sociales es una buena base para este artículo, porque lo que vemos en ellas lo trasladamos a la vida real, y viceversa. A día de hoy es difícil separar una cosa de la otra, como lo está siendo cada vez más separar la vida personal de la profesional. En cualquier ámbito, siempre es beneficioso saber controlar nuestras emociones a la hora de debatir.

Pues bien, el problema es que las opiniones ajenas que chocan con nuestra forma de ver las cosas nos sientan como si de una amenaza real se tratase. Nuestra mente y cuerpo reacciona de la misma manera a esta amenaza percibida que a la amenaza de encontrarnos a un tigre en el bosque, activando así nuestra amígdala, dejando de lado nuestro lado racional originado en la corteza prefrontal de nuestro cerebro y convirtiéndonos en poco más que orangutanes (que nadie se ofenda, por favor).

Al final, la sensación que sentimos es de pura amenaza. Están criticando nuestros valores, nuestra forma de ver la vida, nuestro poder sobre las cosas que poseemos, nuestra ideología, todo aquello en lo que creemos que es útil para vivir una vida próspera y feliz. Están criticando la parte más íntima de nuestro ser, aquella a la que hacemos caso y nos guía en nuestro modus operandi. ¡Por supuesto que tengo que defenderme!

De acuerdo, pero tu percepción de la amenaza está basada en tus emociones y, por ello, el debate puede acalorarse rápidamente, echando por tierra un intercambio de ideas y de puntos de vista donde ambas partes podrían haber sido beneficiadas. Entonces, ¿cómo evitamos esta subida de adrenalina? ¿Cómo podemos congeniar con los demás sin levantar la voz?

5 formas de mostrar madurez en un debate

Identifica tus emociones. El primer paso es desactivar el piloto automático y reconocer lo que estamos sintiendo. De esta manera, podemos establecer una distancia saludable entre esa emoción y nuestro ego, evitando así que nuestra parte más animal tome el control y no nos deje ver los argumentos más racionales. Una vez se activa la amígdala, es difícil volver atrás.

Practica la respiración consciente. Si conoces las técnicas de la meditación, del mindfulness o de cualquier estudio psicológico que sea consciente de los beneficios de controlar nuestra respiración (valga la redundancia), ya tienes el primer paso. Controlar y atender a nuestra respiración, sobre todo cuando nuestra tensión está en aumento en cualquier debate, nos ayudará a volver a centrarnos.

Escuchar para comprender y no para responder. Seguro que alguna vez lo has hecho o lo has sentido en tus carnes. Escuchamos para que nuestro turno llegue y poder expresarnos, no para entender lo que la otra persona quiere compartirnos. Esto es un error. Tenemos que empezar a escuchar para comprender la información que se nos quiere trasladar y configurar nuestro discurso dependiendo de esta. Es una forma de crear empatía de forma saludable y de aprender del que piensa diferente.

Repetir de manera esquematizada el argumento de la otra persona. Una buena manera de crear empatía es repetir brevemente el argumento de la otra parte antes de responder. Es una técnica muy utilizada por los debates de Jordan Peterson, que tanta pasión generan. Así conseguimos establecer una base desde la cual ambas personas pueden partir y confirma que una de ellas ha recibido el mensaje tal y como se esperaba.

¡Tómate un respiro! En ocasiones, tendemos a querer solucionarlo todo en ese mismo momento, incluso sabiendo que nos convendría hablar las cosas en frío, pero no es más que la traducción de que nuestra amígdala está activada. Cuanto más dejes pasar el tiempo, antes volverás a tu raciocinio y evitarás decir o hacer algo de lo que te arrepientas. Y de eso sí que no hay vuelta atrás.


Fuentes
Gallo, A. (1 de diciembre de 2017). How to Control Your Emotions During a Difficult Conversation. Harvard Business Review. Obtenido de https://hbr.org/2017/12/how-to-control-your-emotions-during-a-difficult-conversation

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